La Feria —como concepto o generalización— es un evento urbano, cuya existencia está directamente ligada a la constitución de las ciudades. Sin embargo, la feria (las ferias) de arte hoy se nutren del intercambio y la interacción entre espacios (geográficos, desde ya, pero no solamente) que convergen en ese lugar (en todos los sentidos que se quiera) al que llamamos feria de arte. La feria tiene la capacidad de generar un microcosmos efímero (tan efímero como el carnaval) que reúne actores diversos (cuando digo actores me refiero también a lo que habitualmente se denomina).

En ese microcosmos ocurren cosas (acciones) que ocurren, en su mayoría, también fuera de él. Sin embargo, allí, ocurren de un modo diferente, adquieren formas y estructuras distintas a las que tienen fuera de ese espacio. Justamente porque ese espacio (físico, cartográfico y conceptual) es diferente del que supone la ocurrencia habitual de estas acciones.

Por eso.

También, esas acciones no son iguales a sí mismas, o en todo caso- no son iguales a su ocurrencia fuera de ese espacio (microcosmos).

Eso hace que la feria devenga en algo que es a la vez un evento (en un sentido que podría ser el de la física) y un ritual (algo que la física —o cualquier ciencia positivista— no aceptaría como parte de su cuerpo conceptual y su terminología, relegándolo a un universo menor o, en todo caso, anterior, lo cual para un pensamiento evolucionista sería un sinónimo) que convoca en un mismo ámbito (en una topología compleja pero posible) a subjetividades (con la diseminación que implica este término) diversas. 

En este sentido, una feria de arte aporta a la conformación de espacios cosmopolitas, que alberguen (aunque sea por un tiempo tan reducido como el del carnaval) no sólo personas y ámbitos de producción ligada al arte de diferentes lugares del país, sino de idiosincrasias. diferentes, modos de pensar y construir —no solo el arte sino su cotidianeidad— diversos, en un tiempo (distópico-utópico) de encuentro.